domingo, 27 de enero de 2013

Las cosas que no se dijeron

El momento de pronunciar palabra fue como ese instante, mínimo, en el que se acerca el fuego a una interminable línea negra que se escabulle en un aparato explosivo. El tiempo queda suspendido y podría volver sobre cada detalle de la situación, recorriendo una fotografía viva. Expectante y participante de un evento que mezcla lo traumático con lo poético. Sentí como todas las palabras, todo lo que quería decir se me atragantaba entre la lengua y el corazón. Tanto o más que cuando uno quiere evitar el humillante vómito. Ese sabor agrio de la declaración escalaba mi tráquea en búsqueda de verdad, iba a decirse lo que tenía que decirse. Quería aparecerse y soltarlo todo. Pandora de mis mayores miedos, la palabra. 

Pero no. El cuello no lo permitió, se torció todo lo que pudo haciendo que las palabras desciendan a mi estómago. Me consumía por dentro. Piel erizada. La mirada empañada. Es un sueño o una pesadilla, es lo mismo en este punto. Mis manos exploraban la unión entre mi cabeza y el resto de mi cuerpo porque dolía. 

Mi cuello dolía. Dolía como si hubiera peleado a muerte con una soga en un ático solitario, con una silla pateada en el suelo y mil problemas queriendo resolverse en un último aliento. 

Soy todo lo que no dije.

miércoles, 13 de junio de 2012

Cruzar


¿Cuántas veces cruzamos una calle? Esa pregunta me hice mientras sostenía fuerte un cigarrillo en la esquina de casa, no quería ir a ningún lugar. Sin embargo, estaba ahí. En la esquina de casa, esperando a que cambie la luz del semáforo y cruzar. No sé si pasaron diez minutos o tres segundos, el tiempo no era lo importante sino comprender el porqué de cruzar la calle. Cruzar, ¿y qué? ¿Qué hay del otro lado diferente a lo que vemos desde esta vereda? Puedo ver la otra esquina y ya sé que está ese gran tacho de residuos, todas esas bolsas negras abiertas y un cartel que promociona algo que no es de mi interés. Veo todas esas cosas pero quiero seguir estando en la otra esquina, quiero cruzar.

martes, 13 de marzo de 2012

La cultura del cambio

Me suele pasar de expresar a personas que me importan algún cambio que quiero hacer en mi vida, casi siempre cosas que me quiten de la línea en la que uno va por la vida. Teñirme el pelo, un proyecto raro, querer comprarme algo en especial, ver un curso de "x" cosa extraña o simplemente, usar de manera diferente la ropa y, a veces, esto se me vuelve en contra. No quiere decir que lo vaya a hacer ya o que lo tenga completamente decidido, pero en cuanto la idea se planta en la cabeza, yo lo comunico. Y la gente es por demás negativa con cuestiones como éstas, que le son ajenos a ellos y que no les resultan bajo el parámetro de lo "normal". Ponen cara rara, te dicen que no les gusta y usan la frase: "Pero a MI no me gusta, si vos lo querés hacer, hacelo." La censura apareció antes de lo que te imaginás, es un mecanismo que se activa sin que te des cuenta y de repente, estás censurando sin acto consciente previo. Encima intentan creerse open-minded con la justificación de que no lo haría pero que el resto es libre de hacerlo. Mejor sería pensar que, en ese momento, no tenés la necesidad de hacer eso, no estás propenso a un cambio, no te gusta ahora y que, en un futuro, podrían aparecerte las ganas. He escuchado a muchas personas poner en duda teñirse el pelo o hacerse un tatuaje (para ilustrar un ejemplo sencillo) y que años después, quieran hacerlo. La gente cambia, yo eso lo entiendo pero el que lo tiene que entender mejor es aquel que cambia. Sino pasa desapercibido y las personas siguen hundiéndose en su cotidianidad. La cultura del cambio está alimentada por la sensación de que no hay límites. No hay nada que romper solamente es andar el camino hasta lo más profundo que se quiera.

domingo, 11 de marzo de 2012

Emergencia de realidad

El ojo tiene una cualidad que ninguna fotografía o filmación tiene, es una sucesión de eventos espontáneos. La vida. Eso es lo que la cámara le envidia, cada día, mes, año y siglo que pasa, al ojo. El ojo mira por función, no puede apagarse ni configurarse para mirar. Mira y listo. Sin retoque, sin post-producción, sin montaje. Eso es lo que la gente odia del ojo, que los obliga a observar todos los días y no siempre pueden simular que miran. Hay días que uno se encuentra tan predispuesto para con el mundo que nos llenamos de experiencias visuales como si fuéramos una gran esponja. La realidad nos nutre el cuerpo y hace que nos comprometamos. En cuanto un ser humano entra en contacto con un pedazo de realidad ya no puede escapar de ella. No puede porque la culpa lo invade, no puede aislarse y cada día que pasa, se hace más imposible hacerlo ya que la realidad aumenta su dimensión, su brutalidad. Por eso, nos escabullimos en cines, teatros o nos escondemos detrás de un libro. Pensamos que allí yace una ficción que nos desconectara de la realidad. Pero ¿por cuánto? ¿Dos horas, una hora? No es suficiente, la realidad se escurre en todas las cosas y no podemos escapar.

lunes, 5 de marzo de 2012

Lluvia


La lluvia es un lugar donde la angustia se decanta, la lluvia trae todo eso que a la gente le da miedo. Capaz el factor oscuridad hace que se nos nublen los pensamientos y no los reconozcámos, o veamos una cara de ellos que no conocíamos (ni queremos conocer). Una amenaza interna que desestabiliza más que la externa porque no la podemos controlar ni tampoco alejar. Está ahí dentro, revoloteando contenta y esperando salir para causar tal vez el peor de los caos. Las sombras, la inseguridad y la soledad van haciendo que todo se ponga tétrico, no queremos estar más en la lluvia. El miedo acecha buscando presas porque sabe que hay blancos fáciles, propensos a caer en sus garras. Esas garras te toman y no te sueltan, la forma de sacártelas de encima en convencerte de que no existe tal miedo y así  se deciden a soltarte de a poco, es como si se desvanecieran. La lluvia llega a todos lados porque el agua se escurre en cada recoveco que existe en este mundo. La lluvia también limpia, lava la cara de la ciudad para que mañana capaz sea otra. Otra ciudad que se llene de historias, de ruidos y olores. Esas ciudades extrasensoriales, con vida propia y con venas rebosantes de historias deambulantes, de traje, de entrecasa o de gala. Ciudades que las llamamos del mundo, porque todos desembarcan alguna vez aquí y se mezclan o fusionan con la maquinaria cultural que funciona. Hacen de engranaje, hacen de motor pero al final sirven. Culturas, comidas, costumbres o vestimentas se hacen conocer, gustan o no pero están entre nosotros y entre ellos. Eso es la lluvia, una parte y el todo de un algo que todavía no sabemos explicar. Eso es la lluvia, la parte más oscura y la cara más limpia de una realidad que estamos aprendiendo a mirar.

La ducha cibernética

Me estoy volviendo a acostumbrar a escribir lo que pienso, creo que en algún punto es dejar de ser tan egoísta y compartir con el mundo una parte de uno. Como si tirara un boomerang al vacío y no me sentara a esperar a que vuelva, eso es escribir en un blog para mi. Quisiera volver esto mi ducha cibernética. Mientras me ducho es como si todos mis "yo" se juntaran a charlar y sacaran conclusiones. Pienso cosas que me pasan, cosas que le pasan a otros, reflexiono, repito frases que me quedaron de charlas con amigos o familiares, recuerdo momentos buenos o malos, me imagino obras de teatro que podría escribir, cómo haría un videoclip (si es que tengo alguna canción que se repite constantemente en mi cabeza) o un corto o dibujaría algo. Siempre relacionado con el arte, siempre queriendo expresar y hacer algo. Creo que las ganas de hacer es lo único que hay que preservar en la vida, no importa si no se hacen, se hacen a medias o no salen como esperábamos. Ser una maquina de sueños te mantiene joven siempre.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Quiero tener un sueño al estilo Henri Rousseau