domingo, 27 de enero de 2013

Las cosas que no se dijeron

El momento de pronunciar palabra fue como ese instante, mínimo, en el que se acerca el fuego a una interminable línea negra que se escabulle en un aparato explosivo. El tiempo queda suspendido y podría volver sobre cada detalle de la situación, recorriendo una fotografía viva. Expectante y participante de un evento que mezcla lo traumático con lo poético. Sentí como todas las palabras, todo lo que quería decir se me atragantaba entre la lengua y el corazón. Tanto o más que cuando uno quiere evitar el humillante vómito. Ese sabor agrio de la declaración escalaba mi tráquea en búsqueda de verdad, iba a decirse lo que tenía que decirse. Quería aparecerse y soltarlo todo. Pandora de mis mayores miedos, la palabra. 

Pero no. El cuello no lo permitió, se torció todo lo que pudo haciendo que las palabras desciendan a mi estómago. Me consumía por dentro. Piel erizada. La mirada empañada. Es un sueño o una pesadilla, es lo mismo en este punto. Mis manos exploraban la unión entre mi cabeza y el resto de mi cuerpo porque dolía. 

Mi cuello dolía. Dolía como si hubiera peleado a muerte con una soga en un ático solitario, con una silla pateada en el suelo y mil problemas queriendo resolverse en un último aliento. 

Soy todo lo que no dije.

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