La lluvia es un
lugar donde la angustia se decanta, la lluvia trae todo eso que a la gente le
da miedo. Capaz el factor oscuridad hace que se nos nublen los pensamientos y
no los reconozcámos, o veamos una cara de ellos que no conocíamos (ni queremos
conocer). Una amenaza interna que desestabiliza más que la externa porque no la
podemos controlar ni tampoco alejar. Está ahí dentro, revoloteando contenta y
esperando salir para causar tal vez el peor de los caos. Las sombras, la
inseguridad y la soledad van haciendo que todo se ponga tétrico, no queremos
estar más en la lluvia. El miedo acecha buscando presas porque sabe que hay
blancos fáciles, propensos a caer en sus garras. Esas garras te toman y no te
sueltan, la forma de sacártelas de encima en convencerte de que no existe tal
miedo y así se deciden a soltarte de a poco, es como si se desvanecieran. La lluvia
llega a todos lados porque el agua se escurre en cada recoveco que existe en
este mundo. La lluvia también limpia, lava la cara de la ciudad para que mañana
capaz sea otra. Otra ciudad que se llene de historias, de ruidos y olores. Esas
ciudades extrasensoriales, con vida propia y con venas rebosantes de historias
deambulantes, de traje, de entrecasa o de gala. Ciudades que las llamamos del
mundo, porque todos desembarcan alguna vez aquí y se mezclan o fusionan con la
maquinaria cultural que funciona. Hacen de engranaje, hacen de motor pero al
final sirven. Culturas, comidas, costumbres o vestimentas se hacen conocer,
gustan o no pero están entre nosotros y entre ellos. Eso es la lluvia, una parte y el todo de un algo que todavía no sabemos explicar. Eso es la lluvia, la parte más oscura y la cara más limpia de una realidad que estamos aprendiendo a mirar.
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